lunes, 16 de enero de 2012

El negocio de la carne en Buenavista, México, DF



El drama cotidiano
La historia del conflicto entre vecinos de la colonia Buenavista, taxistas, microbuseros, sexoservidoras, redes de trata, policías y autoridades delegacionales es larga y tiene eventos que se le suman todos los días. empezó a ser documentado en el año 2003

Andrés Lajous
EL UNIVERSAL

Quiero imaginar cómo será vista la ciudad de México de hoy en el futuro. ¿Qué verán historiadores y antropólogos de nuestra vida cotidiana para tratar de reconstruir las vidas que vivíamos y el significado que éstas tenían? ¿Qué nos importaba más y qué menos? ¿Qué reglas escritas y no escritas regían nuestras vidas? ¿Qué idea teníamos de lo inaceptable, de lo deseable, y de lo que divide lo público y lo privado?.
Imagino a un historiador revisando con atención la secuencia que se encuentra en el expediente de la recomendación 14/2009 que la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal hizo a la Delegación Cuauhtémoc, a la Secretaría de Seguridad Pública y a la Secretaría de Transporte y Vialidad. En ese expediente se logran dilucidar los distintos intereses y grupos de personas que rodean un barrio de la ciudad. Se logra ver el trato y respuesta que reciben de la autoridades y la relación diferenciada que todos tenemos con el Estado. Ello también revela lo que unos y otros habitantes queremos proteger, ya sea por interés propio, o pensando que hay intereses más amplios que los nuestros.
La historia del conflicto entre vecinos de la Colonia Buenavista, taxistas, microbuseros, sexoservidoras, redes de trata, policías y autoridades delegacionales es larga y tiene eventos que se le suman todos los días. Empezó a ser documentado en el año 2003, primero por vecinos, después por la propia CDHDF, y dura hasta la fecha. Lo que se puede ver en el expediente son imágenes y momentos narrados por los vecinos, sexoservidoras, periódicos y funcionarios de la comisión. Se habla de violencia, drogas, relaciones sexuales en público, alcohol, relaciones sexuales con menores de edad, homicidios, corrupción, negligencia. Calles abandonadas, madres e hijos de camino a la escuela, padrotes y madrotas, clientes, violaciones, hoteles, indigentes, condones en la banqueta.
Cartas y oficios van y vienen, pocos negando lo que sucede, pero muchos evadiendo cualquier responsabilidad o de plano mostrando desinterés.
Está claro, incluso quienes participan en el comercio sexual sobre la calle, consideran que tener relaciones sexuales en público es considerando indeseable. Un taxista que es filmado por un vecino mientras una mujer le practica sexo oral, al ser confrontado, pide una disculpe, prende el coche y se va. Un padre narra con furia cómo sus hijas menores de 10 años se asoman por la ventana a ver a mujeres y hombres teniendo relaciones sexuales mientras inhalan drogas. Él mismo agrega que cuando su esposa camina por la calle afuera de su casa, pasan coches y le ofrecen dinero aunque ella les insista que no se dedica la prostitución. Intento mantener la distancia, y leo lo que los vecinos y la CDHDF consideran importante.
Cuando la CDHDF entrevista a algunas de las personas dedicadas a la prostitución describe cómo mediante engaños y amenazas han ido sobreviviendo en el negocio. Cambiando de una esquina a otra, a partir de la “autorización” del padrote, que a su vez puede tener buena o mala relación con las autoridades. Se les pide una cuota diaria por la “protección” que parece ser de sí mismos, pues si no pagan son golpeadas. La policía del DF más de una vez reconoce arrestar a personas por tener relaciones sexuales con menores de edad que,se entiende, son niñas que viven en condición de calle.
Leo una nota de periódico en la que citan a una magistrada diciendo, tras dejar libre a quien sería un reincidente, “no se podía corromper, lo que ya estaba corrompido”. Entre 2005 y 2006, al menos cinco sexoservidoras fueron encontradas asesinadas en hoteles de la zona.
Los vecinos acusan que en microbuses y taxis, que tienen bases irregulares, se llevan a cabo relaciones sexuales, se consumen drogas y se participa en robos y otras agresiones. La policía, pasa, saluda.
Después de leer el expediente, veo una nota de periódico que reporta que el líder de vecinos, David Mondragón, quien metió la queja a la CDHDF hace casi 7 años, fue encarcelado tras ser acusado de robo y violación por 22 prostitutas de la zona. Lleva más de un año en la cárcel sin juicio. Se dice inocente. No se necesita mucha creatividad para imaginar los intereses afectados por la presión que ejerció la CDHDF.
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martes, 10 de enero de 2012

Haitianas dan su cuerpo por agua


* Las violaciones de niñas de hasta 2 años y la prostitución a cambio de techo y comida se han disparado tras el desastre

Foto de Alberto Torres/ enviado de El Universal

PUERTO PRÍNCIPE.— Es mediodía en el campamento más peligroso de Haití, el de la Plaza Champ de Mars, donde sobreviven 20 mil personas en carpas maltrechas instaladas en las plazoletas que rodean las ruinas del Palacio Nacional de Puerto Príncipe. Este es el prostíbulo infantil más grande del país, aún sumergido en la destrucción y en un proceso de descomposición social.
A unos metros del inmueble presidencial desplomado durante el terremoto del 12 de enero de 2010, está la tienda mugrienta donde una huérfana de 14 años se prostituye por alimento. Su cuerpo está en desarrollo: es menuda, regordeta, y sus pechos se marcan apenas bajo la blusa color naranja. La acompaña otra muchacha prostituta de 16 años. Su cuerpo luce los estragos de un embarazo reciente y no cuidado, producto de una violación: el cuerpo delgado, la piel opaca, el rostro manchado, los senos con estrías. EL UNIVERSAL logró hablar con las menores gracias a la intermediación de Jud Delva alias Duck, uno de los 22 jefes que controlan el territorio del campamento de Champ de Mars.
Alrededor de la niña de 14 años pululan otras de menor edad. Una quizá tenga ocho años. Trae un vestido azul, desaliñado. Hay moretones en su rostro y su expresión es vacía, de desvelo. La abraza un muchacho flaco y la vigila una anciana de mirada inquisidora. Hombres adultos de las carpas vecinas están al acecho de la conversación que Duck, un treintañero habilidoso y audaz, tiende entre las adolescentes, esta periodista y el videoreportero Alberto Torres. Hay tensión en los hombres. Parlotean en voz alta y Duck se pone en alerta sin interrumpir su mediación verbal. Las jóvenes se quedaron huérfanas tras la catástrofe que dejó un saldo de 230 mil muertos y un maremágnum de cerca de 700 mil personas refugiadas en más de un millar de campamentos que enfrentan cotidianamente el hambre, el hacinamiento y la violencia. Alrededor de 200 mil refugiadas son niñas y adolescentes.
—¿Qué hacen para vivir?
—Hacemos cosas que no deberíamos hacer— la niña de la blusa naranja esquiva la mirada.
—¿Cómo cuáles?
—Soy prostituta— se tapa la boca con la mano, baja los ojos y encoge los hombros en un gesto infantil de vergüenza.
—¿Cómo las tratan los hombres?
—No nos tratan bien, hay hombres que nos violan— las muchachas se arrebatan la palabra.
Los hombres asumen una actitud amenazante. Uno grita y golpea a un niño que rompe en llanto. “No quieren que ellas hablen, vámonos”, dice Duck. Debemos retirarnos del lugar.
Organismos como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) alertaron en 2011 sobre el notable incremento de la violencia sexual a niñas en campamentos haitianos.
Sin embargo, no hay estudios específicos ni cifras fidedignas del fenómeno. La OIM reporta que de 60 casos de menores víctimas de violencia sexual que atendió en campamentos del país, 97% fueron niñas. Igualmente identificó a 400 niñas y niños víctimas de tráfico infantil en los campamentos, la mitad de los cuales sufrían violaciones y abuso sexual.
Amnistía Internacional denunció en diciembre que las violaciones colectivas a menores desplazadas se multiplican por parte de bandas armadas que deambulan por los campamentos al anochecer.
La organización feminista Solidaridad entre Mujeres Haitianas (SOFA por sus siglas en francés), difundió el mismo diciembre una carta en la que denuncia la violencia contra menores en campamentos del país y exige acciones de prevención y atención. “Ellas son víctimas de acoso, explotación y violencia sexuales”, dice Olga Binot, presidenta de SOFA. En los 21 albergues de SOFA en el país ha recibido en dos años 246 casos de víctimas violadas en campamentos, de las cuales 156 eran menores. Sin embargo, la cifra de víctimas es exponencialmente mayor.
Abusos sin importar la edad
EL UNIVERSAL visitó el campamento Canaán, donde el 24 de diciembre se violó a una niña de 14 años. También acudió al campamento Mega 4, en donde el mismo mes, a la luz del día, se violó a una niña de dos años.
Este diario solicitó una entrevista con la directora del Instituto de Bienestar Social y de Investigación del gobierno haitiano, Arielle Jeanty Villedrouin, responsable de la seguridad infantil. No hubo respuesta.
Al noreste de Champ de Mars, en Canaán I, el campamento rural que acoge a cerca de 5 mil personas, 52 menores de edad quedaron embarazadas por violaciones o la prostitución en el último semestre de 2011. “Muchas se prostituyeron para comprar agua”, dice el pastor pentecostés Laine Jean Vilare.
Si bien en Champ de Mars hay tomas de agua gratuitas, en el resto de los campamentos el agua se vende. En Canaán un garrafón de cuatro litros cuesta el equivalente a siete pesos mexicanos. Ellas no los tienen. Además esta agua debe purificarse por la epidemia de cólera que ya provocó 7 mil muertes.
Binot expresa que tras el sismo muchas niñas y adolescentes se quedaron solas porque murieron sus familiares “o sus padres no se responsabilizaron de ellas”.
El factor que facilita su prostitución es su apremio por satisfacer sus necesidades básicas. “Los hombres han desarrollado relaciones de poder acosando a las mujeres y adolescentes para que tengan casa y comida”. Los alimentos tampoco son gratuitos. Sólo las primeras seis semanas los organismos internacionales los repartieron en los campamentos.
El reporte 2010-2011 de SOFA explica que además las condiciones de los campamentos mantienen en constante peligro a mujeres y niñas: “no hay electricidad, ni brigadas de seguridad, no hay intimidad en los baños ni en las regaderas”. Algunos campamentos como Canaán tienen letrinas destruidas y alejadas de las tiendas, las cuales están dispersas en la parte escarpada de un cerro.
En otras como Mega 4, las carpas se amontonan en un solar, lo que igualmente impide que las mujeres se sientan a salvo en su interior. En Haití no hay un lugar seguro para las refugiadas. Comisset Silvana, la madre de la niña violada en Mega 4, puntualiza: “no duermo, tengo miedo de que alguien rasgue la lona con un cuchillo y entre en la carpa en cualquier momento”.
Menor con esposo
Tras alejarnos de las adolescentes prostitutas de Champ de Mars, Duck nos conduce al campamento vecino. Caminamos entre casuchas apretadas entre sí, hechas con lonas y láminas oxidadas.
Mujeres semidesnudas salen de una tienda y se meten a otra. Gente alcoholizada o drogada permanece idiotizada en los pasillos mientras infantes corretean de un lado al otro. El haitiano que perdió su empleo de informática tras el terremoto, ahora mantiene a su familia de la venta de artesanías y réplicas de pinturas a los escasos turistas que se atreven a circular por la zona.
Ahí asesinaron a un periodista local y se desapareció a un universitario. Él nos encamina hacia las tiendas improvisadas que ahogan al Cimarrón desconocido, la escultura emblemática nacional en honor a la primera revolución anticolonial y antiesclavista.
A los pies del Cimarrón musculoso, al que alguien colgó una capa de retazos de colores, el desplazado se siente en libertad para expresar su preocupación por la prostitución de las niñas en Champ de Mars. “Ellas tienen hambre, no hay ayuda, no hay nada”, su rostro se tensa. “Aquí ya no hay niñas, ninguna es virgen”. Cuenta que en el terremoto murieron sus padres y sus nueve hermanos se dispersaron. Así su hermana menor quedó a su suerte a los siete años. Ahora tiene 9 años y es prostituida en el campamento sin que él lo impida. “Es que ella ya tiene un esposo”, expresa sin emoción alguna. Se refiere al padrote que la explota. Lo único que le preocupa ahora es salvar a su hija de seis años de una posible violación. “Yo hablo mucho con ella”. El refugiado está desesperado por mudarse fuera del campamento para proteger a su niña. Pero no tiene dinero para hacerlo. En ese escenario, reconoce que enfrenta un reto difícil de afrontar: “Es que las violaciones suceden cada segundo”.
Ataque a las ricas
Al sudeste de Champ de Mars, muy lejos del campamento, en Petion Ville, el barrio residencial de la élite haitiana levantado en la ladera de una colina alta, niñas y adolescentes también sufren violencia sexual post terremoto. El proceso de descomposición social atraviesa todas las clases sociales.
Un sacerdote católico cercano a escuelas adineradas habla del asunto a a este diario a condición de mantener el anonimato. Según él, si bien los casos de violaciones sexuales en alumnas de 13 a 17 años eran una realidad previa al sismo, tras éste “el fenómeno empeoró”.
En Petion Ville buena parte de las adolescentes no presentan rasgos de su herencia africana, sino de un mestizaje criollo. Sus pieles son morenas claras, las figuras espigadas, los rasgos afinados, visten colores neutros y su joyería es discreta. La catástrofe fue menos destructiva que en zonas populares. Sin embargo, obligó a hacer ajustes y mudanzas al interior de las familias. También se envió a muchas adolescentes fuera del país.
“En una de las escuelas la inscripción se redujo a casi la mitad del alumnado”, dice el sacerdote. Estos cambios provocaron la pérdida del control de los padres sobre las hijas y propició que las violaciones aumentaron por parte de “amigos de la familia, primos, tíos, y en algunos casos sus propios padres”. El sacerdote y otros prelados informaron del fenómeno a la alta jerarquía católica. “No lo ha querido difundir”, dice. Sería el escándalo.
La vulnerabilidad de las niñas y adolescentes ricas y pobres en Haití se agrava sin visos de ser frenada. “Nadie nos ayuda”, así lo reclama la niña prostituta de Champ de Mars.

lunes, 2 de enero de 2012

Mujeres de palabra


Livia Díaz

El 2011 fue un año de intenso trabajo para muchas mujeres, las que escribimos poesía, especialmente, desarrollando un ala, no se sabe si por necesidad emocional o intelectual, pero queda claro que por la económica.
Hace días le pregunté a la poetiza uruguaya Grace Leguizamón si acaso era una casualidad, el que haya emprendido una pequeña empresa de fabricación de muñecas, porque yo lo hice y Lis Durán también, y sé de al menos otras tres, que sin proponérselo, hicieron sus propias empresas de manualidades, así que a mi pregunta, la creadora de Encuentro de ratones, respondió que no.
Así que no es casual que del verso con ratones (mouse de la PC), pasáramos a otra cosa.
Pero hay más. Las que tenemos talleres de fomento a la lectura; las que hicieron grupos de iniciación artística para niños y niñas de la calle, como Lis Durán y Vanda Lúcia Da Costa Salles; las que abrieron grupos en las Favelas, las que promueven la paz y a prevención del SIDA como Silvia Aída Catalán; las que promueven la poesía de sus compañeros como Norma Segades; las que promueven el trabajos de escritores migrantes como Rosario Orozco, Zorica Zentic, Edith Goel y Edith Checa; las que editan, publican y promueven la cultura como Lina Zerón y Enzia Verduchi; las que hacen festivales y los patrocinan como Tatyh Hernández; las que además se van de voluntarias a una zona de riesgos, como Silvia Delgado. Entre otras miles. Ni hablar de los cientos de miles que son maestras y que como María Enriqueta, están haciendo crecer flores en Jardines de la Infancia, con las letras, como María Pugliese y Waldina Mejía. En el entorno de estas poetizas, crece, se desarrolla y se riega, la mente de algunas de las inteligencias del siglo 21.
Recientemente conocí el trabajo que realizan las poetizas dominicanas en Nueva York; Jorge Piña, esposo de Karina Rieke, ha escrito sobre esto y no por apoyar a la mujer –que vale hacerlo- sino por la perplejidad que le causó el empuje de las hembras ante la actividad cultural, a lo que emprendieron al ser convocadas, los logros que han tenido, la fuerza y el crecimiento numérico y el personal; mientras los varones, la verdad, por años, no lograron ponerse de acuerdo.
La sacudida que a los movimientos culturales le están dando las mujeres, por tanto, va más allá de lo que se ve a simple vista.
Al ver la superficie, es un montón de autoras haciendo su trabajo, de la calidad y del éxito ya hablará la historia. Pero en lo profundo, ellas, han abogado por la humanidad sumergiéndose en las necesidades intelectuales y espirituales de cada uno. Así tenemos a Hope en la Patagonia Argentina;  que pasó del lienzo al movimiento creativo, en el que se involucró toda la comunidad; el puente que tendió Edith Checa con la promoción y la difusión de la poesía entre interesados, que se volvió de promoción del trabajo y el trabajo algo auténtico y cotidiano para las dueñas de los ratones.
Hay miles de nombres más que se pueden añadir a este escrito, y de sus aventuras, andanzas y encuentros, hablan ellas mismas en cientos de miles de blogs, web y los impresos. Además de la posibilidad del encuentro virtual, por la red de internet y el de los encuentros que hacen posible los promotores y promotoras de cultura, a los países no parece interesarles demasiado nada de esto; en todas las áreas, para la realización de encuentros, para poder en una misma sala a conversar a 20 o más de estas poetizas a la vez, y a leer y a compartir experiencias y unos minutos de su vida, existen el del País de las Nubes, entre otros, que se patrocinan con los apoyos de mucha gente, pero que no son promovidos desde el interior de un ejercicio nacional por atender la voz, imparable, de las mujeres poetas.
La labor que se está realizando en todos los confines de la tierra, involucra muchas actividades en torno a ellas, pero principalmente la promoción de la lectura, la escritura creativa y la educación en general.
Las artes, ganan cada día que alguna da a conocer lo que en la soledad realiza. Porque la poesía es un arte personal y no se puede hacer en bola. Además de que en sus diferentes empleos, añaden con su visión y su perspectiva, mucho de lo que tienen y lo dan a la gente de este planeta.
Para la comprensión, ahí tenemos a Yolanda Duque en Canadá, transformando su encuentro entre mundos, en libros; a Zorica Zentic y su montón de amigos que traducen la poesía a docenas de idiomas para hacerla llegar a todos los países en donde es posible editar las palabras, aún sin ser grandes editores ni tener grandes capitales; el trabajo que hacen mujeres como la rusa Helena Ramos en Nicaragua; Rosina Conde en la música, actuación y promoción de la lectura; Pina en Guaymas, Nina Salguero en Tuxpan; Silvia Ponce en el sureste, que sólo con su empuje logró poner la casa de Cultura en ciudad del Carmen y que a pesar de llevarlo todo en contra, a veces, dan el ejemplo a seguir.
Seguramente este escrito es apenas el prefacio de un registro sobre la abundancia en la bondad de las mujeres poetas; y que sus actividades son tantas que faltan muchas planas para escribir, pero no plumas, ojalá que comiencen a dar testimonio de sus propias andanzas, lo que las enriquezca y que el pueblo sepa, que debajo de la falda hay un fondo, que hace hablar al silencio.
En el futuro ya no se va a hablar de los poemas, sino de las poetas también, como promotoras del cambio global, ante un mundo en el que no se dan por vencidas.